martes, 23 de julio de 2013

DANZA DEL TSACAM SON



Esta danza, también llamada "la Brincona", es originaria y ejecutada por indígenas de la Huasteca. Es una ofrenda a los cuatro vientos y a la Madre Tierra y está especialmente relacionada con el cultivo de la caña de azúcar.

El vestido de los danzantes está formado por camisa y calzón blanco de manta. En la espalda llevan un cuadro azul, que se anuda al cuello, y en la cabeza, otro amarillo con tres listones. Llevan además una tablita de cedro con un árbol pintado, sostenida de la frente. El significado de este árbol se relaciona con el nombre de "Akich mon" o Aquismón, que significa "pozo al pie de un árbol de guásima".

Los danzantes van descalzos y en la mano derecha llevan un chinchín o sonaja con plumas de colores, hecho con un guaje y con semillas de k’uhuap. El jefe da las señales con el kutsil’e que son varitas con plumas de guajolote pintadas de color rosa, que representan un ramo de flores.

Las mujeres también participan. Ellas van descalzas, usan una nagua negra, blusa blanca de manta con un holán y sobre ésta un quechquémitl bordado de colores, pero predomina el rojo. Llevan el cabello trenzado con estambre rojo, lo que forma un tocado al que llaman "petop". Su atuendo se complementa con aretes y collares de colores, una bolsa de manta tejida llamada talega y una jícara, hecha con el chinchín o guaje, también pintada de colores; con predominio del rojo.

La música parte de dos instrumentos de cuerda: un arpa y un rabel de cedro. La danza consta de más de 75 sones, de los cuales unos son bailados en la mañana, otros en la tarde y los últimos al amanecer. En cada son se hacen pasos diferentes.

la FOTO TOMADA DE : https://www.destinoveracruz.com/2013/04/danza-tsacam-son.html

Los bordados teenek en la Huasteca Potosina




Los bordados teenek en la Huasteca Potosina
MEXICO DESCONOCIDO
http://www.mexicodesconocido.com.mx/los-bordados-teenek-en-la-huasteca-potosina.html

Por: Eduardo Gleason Berumen
Las comunidades teenek de la Huasteca Potosina se esmeran por continuar elaborando el tradicional quexquémitl, prenda que han tejido desde tiempos prehispánicos.

Las artesanas huastecas o teenek, como se llaman a sí mismas, bordan sobre manta bellas talegas que se cuelgan al hombro y los vistosos quechquémil o quisquems (nombre que se le da en esta región), que forman parte de su atuendo tradicional, y en los que representan gran parte de la mitología de la cultura teenek.

“Yo empecé de cuando estaba chiquita; tenía como doce años. Yo hacía el bordado, ahí fue cuando comenzamos a hacer el quisquem. Como nosotras somos huérfanas, ya no conocimos papá, se murió de cuando yo tenía una semana de nacida, desde ahí estuve ayudando a mi mamá. Y después, cuando ya estuve de 13 años, me fui a trabajar a San Luis Potosí; ahí estuve trabajando como tres años, luego ya me regresé a ayudar a mi mamá, vine y luego ya me pidieron y ya me casé.” Entre puntada y puntada de su bordado, con el orgullo que siente al no necesitar un traductor y sobreponiéndose a la pena que le provoca la entrevista, así resume su vida la artesana huasteca Catarina Martínez. “Cuando me pidieron no sentía muy bien. Mi mamá ya me dijo que qué bueno que todavía me van a pedir, así dijo, y no que ya después te vas sin conocimiento, porque hay muchas que así pasan, ya no la esperan que la pidan; que se casen bien. Así me dijo mi mamá, mejor ya te casas porque todavía te piden, dice, sí, por eso ya me casé, y desde ahora pues ya ando trabajando de puro bordado.”

Las artesanas teenek bordan, entre otras cosas, carpetas, manteles, monederos, blusas, servilletas, cojines, fundas, chalecos y faldas. Pero nada les gusta más que bordar sobre manta las bellas talegas que se cuelgan al hombro donde guardan jícaras y peines, y los hermosos quechquémitl o quisquems, ya que forman parte de su atuendo tradicional, y en ellos se plasma gran parte de la mitología y de los personajes de la cultura teenek.

Los animales representan el entorno y las relaciones de la familia. El jaguar, por ejemplo, tiene un papel muy importante dentro de la cultura teenek, ya que antiguamente, cuando nacía un niño, se mezclaba la sangre del recién nacido con la del jaguar, con el propósito de que al crecer adquiriera la fuerza del animal. Ahora, cuando nace un niño, se le lleva una talega donde se bordan figuras desde el momento de su nacimiento hasta su muerte, señalando el camino que ha de recorrer. Si es hombre, la talega contiene una bola roja que representa a quien otorga la vida, y si es mujer entonces es una bola verde que significa fertilidad. Cuando la persona muere, se le borda la misma talega que se le confeccionó en su nacimiento, agregándole ahora una estrella y un pequeño guaje. A este simbólico bordado le llaman “El camino de la vida”. El árbol de la vida significa la representación de la mujer teenek y la estrella simboliza los cuatro puntos cardinales: el norte representa al ser supremo; el sur la fertilidad; el este la procedencia del fuego, y el oeste el lugar de donde proviene el dinero.

Aunque algunas mujeres condicionan el uso del quechquémil para ocasiones especiales, la vestimenta tradicional teenek aún es habitual, y consta de falda negra, blusa de colores brillantes como el amarillo o el azul celeste, reservándose el rosa para cuando se casen. También utilizan el peculiar petop, que es un tocado que realizan enredando a la cabeza cordones de estambre guinda, verde, rosa o naranja, según su estado civil. Al parecer, cuando el predominante es el verde, quiere decir que han enviudado. El petop es la reminiscencia del antiguo tocado que utilizaban las huastecas prehispánicas y consistía en entrelazar sus cabellos teñidos de rojo con hilos de plumas retorcidas. El quechquémil que carece de flecos indica que la mujer es soltera, y el que se encuentra tupido de ellos significa que quien lo porta vive en matrimonio.

La vestimenta tradicional del hombre, por el contrario, casi se ha perdido, ya no sólo por la imposición de leyes con las cuales, durante la época de la Colonia, fueron sometidos a cambiar su taparrabo por un pantalón y cubrir su pecho descubierto con una camisa, sino también por la constante relación que mantienen con las personas de las ciudades y sus comercios. Actualmente los hombres sólo en las festividades utilizan huaraches, calzón y camisa de manta.

La realidad que enfrenta la elaboración de las artesanías por parte de las mujeres huastecas potosinas es un proceso cada vez más difícil, porque es un trabajo muy laborioso y desgraciadamente sólo cuentan con sus tiempos libres, debido a la gran cantidad de quehaceres domésticos que deben realizar, además de que la comercialización es uno de los puntos críticos, ya que generalmente la venta se realiza de manera individual. Si bien en la totalidad de las casas al menos uno de sus integrantes se dedica a la elaboración de la artesanía, la necesidad de emigrar a las ciudades y emplearse en casas particulares es uno de los factores para que las nuevas generaciones pierdan paulatinamente la costumbre y el afán de seguir reproduciendo estos maravillosos bordados.

Foto: María de Lourdes Alonso

YORUBA



Algo sore YORUBA

Con la llegada a Cuba de cerca de 1 300 000 esclavos desde África entre 1523 y 1853, la población de Cuba poseyó una fuerte presencia negra. Ya en el siglo XIX, al formarse la nueva identidad cubana, la cultura inicialmente esclava tomó caracteres nacionales. Así los bailes africanos fueron asimilados y hoy pertenecen al acerbo cultural de esa nación.
La mayoría de esas danzas de origen religioso vienen de pueblos lucumíes de cultura yorubá de Nigeria Occidental, cuya religión de la Regla de Ocha o santería adora a santos u orichas, sincretizados en Cuba con los santos católicos. A ellos se le dedican danzas en los rituales que se acompañan con fiestas llamadas wemilere que aúnan los elementos religiosos con los festivos, conocidas como “tambor”, “bembé”, “toque”, etcétera, según el lugar donde se desarrollen y los instrumentos que se utilicen en la parte musical, ya sean los tradicionales tres tambores batá (iyá, okonkolo e itótele), tambores de bembé, güiros, violines, entre otros.
También, según el sitio donde se desarrolla el wemilere y el orden preestablecido del ritual, se le denomina Oru de Eyá Aranla si se efectúa en la sala de la casa o Iban Baló, si se celebra en el patio. Aunque el panteón yorubá es enorme, en la zona occidental de Cuba se rinde tributo a un grupo casi fijo de santos que incluye unas diez o doce deidades, y su descripción individualizada sería demasiado extensa, por ello sólo se presentan los bailes yorubás de los santos principales.
El oricha que abre y cierra los caminos es Elegguá, que se manifiesta como un niño muy travieso, amante de las bromas. Su baile es alegre, con movimientos que semejan desbrozar y copar los caminos en los montes, ayudado por un “garabato”, rama en forma de horqueta que se utiliza para separar las hierbas.
Changó es el oricha del fuego, el rayo y la virilidad. Su danza es muy sensual y masculina, exalta movimientos eróticos de la pelvis, los genitales y la lengua, así como acciones con los brazos que simulan rayos que baja del cielo.
El dios del trueno, los metales y el monte es el guerrero Oggún. Este oricha baila mimetizando su permanencia en el bosque con movimientos muy fuertes que recuerdan el uso del machete como objeto de labor o instrumento de guerra.
La madre de los orichas es Yemayá, diosa de la maternidad y de las fuerzas de los mares. Su imagen de maternidad universal se refleja en su danza tranquila, reposada, pero también tiene giros concéntricos agitados, en dependencia de la fuerza que traiga el mar, acentuados por el movimiento de su falda azul y blanca recordando olas marinas.
La oricha de la sensualidad, el amor y las aguas dulces es Ochún, coqueta, amante de las prendas de oro y de la conquista de los dioses varones. Su danza es alegre y desenfadada, agita su cabeza erguida hacia ambos hombros, muestra sus pulsos dorados, se abanica e imita bañarse en el río, provocando no pocas riñas entre quienes se la disputan.
Babalú Ayé es el oricha de las enfermedades, por lo que arrastra sus pies, finge contorsiones de dolor, la cabeza se inclina hacia el pecho y basa su equilibrio en las muletas debajo de cada brazo. Sus movimientos son torpes y reflejan cansancio y sufrimiento.
La armonía y la paz en el panteón yoruba la rige Obatalá, dueña del color blanco. Se presenta como hombre o mujer: en tanto hombre, puede ser un joven o un anciano con el sentido guerrero que lleva a su danza; en tanto mujer, exalta la paz, la justicia y la humildad.
Hijos de Changó y Ochún, los Ibeyis son dioses menores que aparecen como jimaguas; su danza imita niños que alzan sus manos para pedir caramelos y confituras.
Padre de Changó –aunque algunos lo consideran su sirviente–, Aggayú Solá sincretiza en la religión católica con San Cristóbal, patrono de La Habana, mientras que en Santiago de Cuba lo hace con San Miguel Arcángel. Su danza es muy varonil, guerrera y con ciertos toques paternales, baila con un niño sobre sus hombros y lleva en una mano un bastón con el cual golpea el piso según el ritmo del tambor. Su abdomen permanece erguido mientras sus hombros se mueven en círculos cuando lleva cargado al niño y los pies se mueven con pasos de marcha con ligera flexión de la rodilla, deslizando el derecho hacia atrás y el izquierdo apoyado con la planta hacia delante.
Otra importante oricha de la cultura yoruba es Oyá, la abuela de Elegguá y mujer de Changó. Sincretiza en Santa Teresa de Jesús o la Virgen de la Candelaria en La Habana, y con la Virgen del Carmen y Santa Clara en Santiago de Cuba. Es la dueña de los remolinos y de los relámpagos; su vínculo con Changó la hace una de las diosas guerreras y reina en las puertas del cementerio, por lo cual también se le considera entre las diosas “muerteras”. Su danza es rica en pasos, siendo básico el desplazamiento del pie izquierdo por el piso recayendo el peso del cuerpo sobre el derecho con flexión de rodillas. Oyá lanza gritos y realiza movimientos violentos simulando el viento arremolinado y evidenciando su fortaleza; en su mano derecha esgrime el iruke (especie de escobilla o rabo de caballo) sobre la cabeza en forma circular o lo utiliza para “limpiar” a los observadores, mientras su mano izquierda la apoya en la cintura o sostiene la falda de múltiples colores. Realiza movimientos ondulatorios con el abdomen y el torso, así como giros rápidos hacia la izquierda y estremecimientos con el toque de los tambores.
Algo sore YORUBA Con la llegada a Cuba de cerca de 1 300 000 esclavos desde África entre 1523 y 1853, la población de Cuba poseyó una fuerte presencia negra. Ya en el siglo XIX, al formarse la nueva identidad cubana, la cultura inicialmente esclava tomó caracteres nacionales. Así los bailes africanos fueron asimilados y hoy pertenecen al acerbo cultural de esa nación. La mayoría de esas danzas de origen religioso vienen de pueblos lucumíes de cultura yorubá de Nigeria Occidental, cuya religión de la Regla de Ocha o santería adora a santos u orichas, sincretizados en Cuba con los santos católicos. A ellos se le dedican danzas en los rituales que se acompañan con fiestas llamadas wemilere que aúnan los elementos religiosos con los festivos, conocidas como “tambor”, “bembé”, “toque”, etcétera, según el lugar donde se desarrollen y los instrumentos que se utilicen en la parte musical, ya sean los tradicionales tres tambores batá (iyá, okonkolo e itótele), tambores de bembé, güiros, violines, entre otros. También, según el sitio donde se desarrolla el wemilere y el orden preestablecido del ritual, se le denomina Oru de Eyá Aranla si se efectúa en la sala de la casa o Iban Baló, si se celebra en el patio. Aunque el panteón yorubá es enorme, en la zona occidental de Cuba se rinde tributo a un grupo casi fijo de santos que incluye unas diez o doce deidades, y su descripción individualizada sería demasiado extensa, por ello sólo se presentan los bailes yorubás de los santos principales. El oricha que abre y cierra los caminos es Elegguá, que se manifiesta como un niño muy travieso, amante de las bromas. Su baile es alegre, con movimientos que semejan desbrozar y copar los caminos en los montes, ayudado por un “garabato”, rama en forma de horqueta que se utiliza para separar las hierbas. Changó es el oricha del fuego, el rayo y la virilidad. Su danza es muy sensual y masculina, exalta movimientos eróticos de la pelvis, los genitales y la lengua, así como acciones con los brazos que simulan rayos que baja del cielo. El dios del trueno, los metales y el monte es el guerrero Oggún. Este oricha baila mimetizando su permanencia en el bosque con movimientos muy fuertes que recuerdan el uso del machete como objeto de labor o instrumento de guerra. La madre de los orichas es Yemayá, diosa de la maternidad y de las fuerzas de los mares. Su imagen de maternidad universal se refleja en su danza tranquila, reposada, pero también tiene giros concéntricos agitados, en dependencia de la fuerza que traiga el mar, acentuados por el movimiento de su falda azul y blanca recordando olas marinas. La oricha de la sensualidad, el amor y las aguas dulces es Ochún, coqueta, amante de las prendas de oro y de la conquista de los dioses varones. Su danza es alegre y desenfadada, agita su cabeza erguida hacia ambos hombros, muestra sus pulsos dorados, se abanica e imita bañarse en el río, provocando no pocas riñas entre quienes se la disputan. Babalú Ayé es el oricha de las enfermedades, por lo que arrastra sus pies, finge contorsiones de dolor, la cabeza se inclina hacia el pecho y basa su equilibrio en las muletas debajo de cada brazo. Sus movimientos son torpes y reflejan cansancio y sufrimiento. La armonía y la paz en el panteón yoruba la rige Obatalá, dueña del color blanco. Se presenta como hombre o mujer: en tanto hombre, puede ser un joven o un anciano con el sentido guerrero que lleva a su danza; en tanto mujer, exalta la paz, la justicia y la humildad. Hijos de Changó y Ochún, los Ibeyis son dioses menores que aparecen como jimaguas; su danza imita niños que alzan sus manos para pedir caramelos y confituras. Padre de Changó –aunque algunos lo consideran su sirviente–, Aggayú Solá sincretiza en la religión católica con San Cristóbal, patrono de La Habana, mientras que en Santiago de Cuba lo hace con San Miguel Arcángel. Su danza es muy varonil, guerrera y con ciertos toques paternales, baila con un niño sobre sus hombros y lleva en una mano un bastón con el cual golpea el piso según el ritmo del tambor. Su abdomen permanece erguido mientras sus hombros se mueven en círculos cuando lleva cargado al niño y los pies se mueven con pasos de marcha con ligera flexión de la rodilla, deslizando el derecho hacia atrás y el izquierdo apoyado con la planta hacia delante. Otra importante oricha de la cultura yoruba es Oyá, la abuela de Elegguá y mujer de Changó. Sincretiza en Santa Teresa de Jesús o la Virgen de la Candelaria en La Habana, y con la Virgen del Carmen y Santa Clara en Santiago de Cuba. Es la dueña de los remolinos y de los relámpagos; su vínculo con Changó la hace una de las diosas guerreras y reina en las puertas del cementerio, por lo cual también se le considera entre las diosas “muerteras”. Su danza es rica en pasos, siendo básico el desplazamiento del pie izquierdo por el piso recayendo el peso del cuerpo sobre el derecho con flexión de rodillas. Oyá lanza gritos y realiza movimientos violentos simulando el viento arremolinado y evidenciando su fortaleza; en su mano derecha esgrime el iruke (especie de escobilla o rabo de caballo) sobre la cabeza en forma circular o lo utiliza para “limpiar” a los observadores, mientras su mano izquierda la apoya en la cintura o sostiene la falda de múltiples colores. Realiza movimientos ondulatorios con el abdomen y el torso, así como giros rápidos hacia la izquierda y estremecimientos con el toque de los tambores.

Imagen : https://mundoespiritual.com/noticias/543/la-religion-yoruba-y-los-collares-santeros.html