domingo, 2 de octubre de 2011

LAS DANZAS DEL RENACIMIENTO


La danza fue un arte social, una forma de comunicación, pero también un símbolo de distinción que obtuvo un gran favor en las cortes más distinguidas de Europa. Por ello, los compositores, partiendo muchas veces de motivos de danzas populares, reelaboraron sus melodías y les dieron un carácter eminentemente instrumental, lo cual favoreció el desarrollo de la escritura para instrumentos; tanto fue así, que en el siglo XVII, las danzas conformaron la suite, una de las formas distintivas del Barroco. Dado que la música de la Edad Media fue eminentemente de carácter vocal, y que las técnicas instrumentales eran todavía inmaduras en el último tercio del siglo XV, el repertorio renacentista instrumental se abasteció de la trascripción de danzas. Aunque poco a poco nacieron obras específicamente destinadas a un instrumento, como es el caso de las colecciones dedicadas a la viola y al clave, la mayoría de colecciones destinadas a éstos, a los que hay que añadir el laúd y la vihuela, carecían de un repertorio propio, por lo que la recreación de danzas a tres y cuatro partes fue muy usual. Teniendo en cuenta la función social de la danza y el auge del arte profano durante el Renacimiento, es fácil deducir la importancia que adquirieron las colecciones de danzas, numerosísimas a lo largo de todo el siglo XVI.

La libertad de su instrumentación –dos flautas y dos violas, o bien una flauta, un cornetto, un laúd y una viola, y así hasta un sinfín de combinaciones-, unida a la belleza y a una gran movilidad, las hicieron preferidas del público. Una de esas colecciones fue la Orchésographie (h. 1585) de Thoinot Arbeau, en la que se aconseja la danza que debe bailarse según la hora del día, los conjuntos instrumentales más adecuados y los vestidos que deben vestir los caballeros y las damas. Incluso nos indica el tipo de danzas que tienen que rechazar las personas mayores por una cuestión de decoro. Junto a la de Arbeau, son importantes las colecciones de danzas editadas por el compositor e impresor Thylman Susato (m. h. 1564), cuyos libros viajaron por toda Europa, al igual que los de Adrian Le Roy (h. 1520-1598), también compositor y editor. Como se ha dicho, no era difícil encontrar en las recopilaciones instrumentales generales un buen número de danzas, tal es el caso de Antonio de Cabezón cuyas Obras para tecla, arpa y vihuela de 1578 cuentan con abundantes pavanas y gallardas, dos de las danzas más elegantes del Renacimiento. Entre los muchos tipos de danza sobresalieron, además de las ahora citadas, la volta, el passamezzo y el brando italianos, la brandle, la courante y el passepied franceses, la folia de probablemente origen portugués, y muchas otras que, pese a su origen popular, fueron elaboradas por los mejores maestros y bailadas por la aristocracia.

En España esta costumbre se extendió extraordinariamente. Es significativo que en las obras de Miguel de Cervantes se citen más de veinte danzas formando parte de las escenas más dispares. Entre ellas encontramos el canario, rápida y alegre, que era bailada por una sola pareja. Cervantes lo cita en El rufián viudo, mientras que en La ilustre fregona menciona el contrapás, también muy estimado por su elegancia. La chacona, la zarabanda y la folia fueron los bailes más animados y los que de mayor popularidad gozaron en el Renacimiento. Las tres son citadas asimismo en La ilustre fregona, mientras que la chacona aparece repetidamente en el Coloquio de los perros. Menciona también el escarramán en La cueva de Salamanca, que era alegre y gracioso, lo mismo que la más aristocrática gallarda, de la que habla en El rufián viudo y en La elección de los alcaldes de Daganzo. De las gambetas –en plural- apenas se tienen detalles, pero a juzgar de lo que dice Cervantes en La tía fingida, debió de ser animoso y con mucho movimiento de las piernas. Una de las más prestigiosas fue la morisca, algo licenciosa aunque elegante, que extendió a Francia e Inglaterra y que Cervantes recoge en Los baños de Argel. Otra de las más apreciadas es la seguidilla, que bailaban cuatro parejas, y que desplazó a muchas otras danzas por su libertad y riqueza rítmica, así la describe en el Quijote, en El celoso extremeño y en Rinconete y Cortadillo. También menciona en La tía fingida el turdión –tan apreciado en Francia durante todo el siglo XVI- que venía a ser una variación, todavía más rápida y desenfadada, de la gallarda, mientras que en el Rufián dichoso recrea la jácara, la cual exigía muchos quiebros y vueltas y tenía la cualidad de ofrecer mucho juego instrumental.

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