El ballet o la presencia de lo incorpóreo
Adolfo Hernández Muñoz | ||
Cada vez que acudo al ballet, como me sucedió recientemente, siento la presencia sublime de lo incorpóreo. La vestidura carnal se despoja de sus atributos y se vuelve esencia de dioses. Por eso, hace siglos, el hombre ha honrado sus mitologías con danza y mímica. En Grecia, con su augusto Olimpo, como en Roma en su vastedad latina, los bailarines aclamaban sus mitos y los elevaban al cielo. En esencia, el ser humano siempre ha bailado compulsivamente ante los misterios que lo rodean. Y así fue durante siglos: en los tristes escenarios del medioevo, con danzas ceremoniosas; o durante los brillos del Renacimiento, con una Catalina de Médicis temida y extraordinaria a la par, hasta desembocar, con permiso de la historia, al romanticismo, y con él a la ópera y al ballet. Pero, para mejor orden, debemos retroceder y responder a lo que es el nacimiento de este hermoso arte. En efecto, la palabra ballet es creada en Francia, nos cuenta Victor Andresco en su deliciosa Historia del ballet ruso, por el famoso maestro y violinista –considerado el primero de su época– Baltazarini o Baldassarino di Belgiojoso, conocido por el nombre afrancesado de Beaujoyeux, y apareció en una versión libre del mito de Ulises prisionero de Circe, que lleva el nombre de Ballet Comique de la Reine. El propio Belgiojoso compuso la letra y la música; la poesía recitada es escrita por De Chesney, limosnero del rey. Dicho ballet se creó a instancias de la rubia Catalina de Médicis, para festejar la boda de Margarita de Lorena con el duque de Joyeuse, uno de los mignons del rey. El vocablo ballet no es de origen italiano, ni francés, sino latino. Proviene de la palabra ballator –bailarín–, que a su vez deriva del griego bailar. Probablemente, fue el maestro Bastiane di Rossi quien dio, en 1585, la mejor definición del ballet, expresada del siguiente modo: “Se entiende por ballet una acción pantomímica con música y danza”. Pero también se entiende que en cualquier acción de danza tiene que haber estrella y conjuntos que lo apoyen, y es nuestro conocido Belgiojoso quien crea, así, la idea del corps de ballet, “una serie de encadenamientos, en los cuales las bailarinas se consideran como miembros de un cuerpo colectivo y no separadamente”. No obstante, desde el siglo XIX han surgido escuelas señeras en varios países europeos y americanos. El ballet se ha internacionalizado y su arte etéreo ha mezclado sus sangres eslavas con otras corrientes que nos sitúan en presencia de grandes logros. Hay una constelación de nombres: bailarines, promotores, músicos, poetas, escritores que han dado grandes aportaciones a un arte sin igual. Todo un ciclo de grandeza. Los nombres se evocan por sí mismos. Entre las bailarinas: Virginia Zucchi, María Taglioni… de esta última, el escritor francés Théophile Gautier (autor del argumento del celebérrimo Giselle, 1841), diría, en su época: “Se trata de un genio”. Y para corroborar el juicio del gran escritor, en Milán, la ingrávida Taglioni es seguida, en medio de un entusiasmo indescriptible, por la Orquesta de la Scala hasta su hotel para ser ovacionada constantemente.De todos los países europeos, fue el ruso el más fiel exponente de la grandeza en la escuela del baile estilizado. En efecto, Moscú y San Petersburgo albergaban –y albergan– en sus óperas, escuelas de danza de un prestigio incomparable. Así, el Teatro Mariinsky en Petersburgo y el Bolshoi en la capital rusa han sido –y todavía lo son– semillero ininterrumpido de creatividad siempre pleno de talento que a veces raya en lo genial. El zarismo y el bolchevismo, como ahora la naciente democracia, son telones de fondo de una actividad, de un arte, que ha sido siempre orgullo eslavo. Ellos son, por mucho, los reyes de la danza. No se puede hablar de ballet sin sentir la presencia de lo ruso. En el Olimpo de la danza cabe mencionar a Fanny Elssler, austriaca, con exitosa carrera; Carlota Grisi (otra Giselle). La inmortal Anna Pavlova, famosa en el mundo entero en su presentación de La muerte del cisne. Anna era la belleza frágil y remota. Pero, ¿cómo olvidar a Tamara Karsávina, dotada de una gracia natural sublime? Spessiva, Márkova, Galina Ulánova, Alicia Alonso, Margot Fonteyn, Maia Pleissetskaya y, en la actualidad, Natalia Bessmertnova (que hace algunos años se presentó en los escenarios mexicanos). Por otra parte, los promotores de este arte fueron gigantes en organización y creación; en vorágines que casi los volvían locos y sin excepción, excéntricos, lograron arrastrar a una pléyade de músicos, pintores y escritores para que dieran talento y colorido a un arte plástico que todo pedía y todo devoraba. Nombres como Petipa, Diáguilev (apodado El Coloso), Wasil de Basil, el Marqués de Cuevas, Leónidas Massine y el empresario americano Salomón Hurok extendieron la presencia del ballet por todos los confines civilizados del planeta. Pintores como Juan Gris, Picasso y Miró forman parte de una amplia nómina de talentos, en tanto que la música es recreada por el genio de Chopin, Adam, Glazunov, Minkus, Gounod, Bizet, Tchaikovsky, a los que se unieron los contemporáneos como Manuel de Falla, Fauré, Debussy, Ravel, Prokofiev, Stravinsky, y más recientemente, Auric, Copland y Gershwin.Las estrellas de la danza actual se benefician de la magia del cine a color y del video para preservar sus artes a la posteridad. Por lo que se refiere a los bailarines, nadie puede echar a olvido al celebérrimo Vaslav Nijinsky, envuelto, en sus años finales, en una locura terrible. En estos últimos años, Serguei Lifar, Nureyev, Antón Dolín, Bujones, Mijaíl Barishnikov. Todos ellos –y otros que escapan a nuestra memoria– ocupan un cielo luminoso en el ballet moderno. Asimismo, los escritores han tomado leyendas y su ingenio propio para crear y adaptar temas como el legendario Gauthier con Las sílfides, una de las obras cumbre, junto con El lago de los cisnes, de la danza clásica. Cientos de anécdotas cubren la historia del ballet. Hubo parejas célebres que recorrieron el mundo triunfalmente, entre ellas una que concitó admiración: Tamara Karsavina y Vaslav Nijinsky (este último se perdió en las nubes de la locura y, como Don Quijote, cuando le volvió la razón era demasiado tarde, pues la muerte lo rondaba y se lo llevó). Hasta México han llegado, en repetidas ocasiones, la compañía completa del Kirov y la compañía del teatro Bolshoi. Hemos visto a grandes bailarinas como Zhanna Ayupova y la gran Natalia Bessmertnova. Otros vendrán para renovar, ante nosotros, la magia imperecedera del ballet.
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